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martes, 19 de agosto de 2008

¿Camino del cambio?

A pesar de que en repetidas ocasiones he manifestado no confiar en la gente del gobierno, y muy especialmente en García Linera, como buen ser humano, no puedo evitar, después del dicurso del domingo de Evo Morales, abrigar alguna esperanza de que finalmente estemos a las puertas de un cambio de actitud general. Ingenuidad mía o no, para ello creo necesario que los ciudadanos continuemos involucrándonos en la dinámica nacional, cada quien desde su lugar, presionando a nuestros políticos por elementos fundamentales e ineludibles a través de lo cuales ninguna solución será posible… al menos ninguna solución que mantenga a Bolivia unida y sin sangre.

El Presidente y los prefectos, como líderes políticos, podrán tener muchos defectos, pero debemos admitir que, por el momento, eso son los líderes que tenemos, demostrado esto el domingo diez, admitido y aceptado, tendremos que intentar, una vez más, obligarles a convertirse en factores aglutinadores de la bolivianidad y no en elementos de confrontación.

Lo primero que deberán hacer es restituir el Tribunal Constitucional, como órgano funamental dentro de la vida social boliviana, y sobre todo, dentro de las relaciones entre la ciudadanía y el Estado. Y lo diré nuevamente: la función de las constituciones es proteger a los ciudadanos de los abusos de los poderosos y, consecuentemente, un Tribunal Constitucional se encarga de hacer efectiva esa protección. Por lo tanto, es indispensable que todos quienes se han estado llenando las bocas con la palabra “legalidad” se unan al clamor, que por los temas políticos es opacado, por la restitución de dicha institución. Obviamente que todas las partes involucradas deberán someterse a los dictámenes del Tribunal, que por la acumulación de causas y por la locura política reciente, sentenciará en contra de moros y cristianos, pero a favor de los ciudadanos y del retorno a la institucionalidad. Si no lo hacen, estarán probando que lo suyo no son más que poses para quedar bien.

En segundo lugar, es necesario que los defensores de la actual Constitución Política asumamos, con todo el dolor en nuestras almas, que el cambio constitucional ya es irreversible. Se han construido demasiadas expectativas dentro del imaginario de los bolivianos en torno al cambio de constitución, falsas todas ellas, pero que no por ser falsas dejan de estar ahí. Pero paralelamente, es necesario que los creadores y defensores del texto constitucional propuesto asuman, por un lado, que su proceso de aprobación implicó demasiado autoritarismo, confrontación y hasta muertes para ser enviado a un referéndum nacional. Y por otro lado, que dicho texto, como norma, contiene elementos de exclusión social, violaciones a la libertad individual, eliminación de la bolivianidad como identificador nacional, destrucción de la igualdad jurídica y democrática, y muchos artículos que abren las puertas a interpretaciones que, siendo mal usadas, pueden decantar en la utilización de las instituciones del Estado para la excesiva concentración de poder por parte de algún grupo político. Lo que se tendrá que hacer entonces, y si el discurso conciliador no es pura pose, será incluir el texto diseñado en un proceso preconstituyente de unos seis meses de duración, en el que se busque la mayor y mejor participación de los ciudadanos, y convocar a una nueva asamblea constituyente que no debería durar más de seis meses. Durante todo este proceso, tendremos que poner en el congelador a nuestro radicales y mantener el supuesto espiritu conciliador que ha aparecido magicamente. El proceso autonómico y el tema de la capitalidad, necesariamente deberán ser incluidos en el debate constitucional. Además se debe definir claramente si el “poder constituyente” tendrá límites dentro del poder constituido (Congreso, Tribunal Constitucional, leyes, etc.) o como dicta uno de los autores favoritos de García Linera, su poder deberá ser incontenible, y en tal caso deberemos anular desde el Acta de Independencia de la República de Bolivia, y debatir desde cero incluso la posibilidad de seguir siendo o no un solo país.

Hay muchos más temas que se deben poner sobre la mesa, pero solamente con estos dos, nuestros políticos podrán dar verdaderas señales de cambio, de cambio de actitud, de cambio de la confrontación a la concertación, de cambio de la arbitrariedad a la institucionalidad, de cambio de la demagogia a la honestidad, de cambio del interés por el poder al interes en el servicio público, de cambio del afan excluyente al espiritu incluyente, de cambio del despeñadero al buen camino… ese sería el inicio del verdadero camino del cambio.

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