Secciones

martes, 9 de agosto de 2011

Los insensatos indignados

En algunos puntos del globo se están reproduciendo los grupos de “indignados” con reclamos que, vistos superficialmente, parecerían comprensibles y hasta dignos de simpatía. Democracia de verdad, trabajo, techo… en resumen: mejores condiciones u oportunidades para los jóvenes. Son algunas de las consignas de estas personas.

La relación que se intenta establecer entre democracia “verdadera” y las necesidades de la gente causadas por la crisis, se debe a la absurda creencia de que el establecimiento de órdenes sociales con libertad y democracia traerían automáticamente el paraíso y la felicidad a las personas.

Este es un error muy común en nuestras sociedades y, a causa de él, suelen aparecer los descontentos dentro de los órdenes sociales libres. Es por ello que creo conveniente poner algunos puntos claros respecto de este tema.

La libertad y la democracia no implican la necesaria aparición de la felicidad y el paraíso delante de nuestros ojos, de la misma manera que no significa que las personas utilizarán esa libertad para perseguir el bienestar. El hecho de vivir en libertad nos brinda como única garantía que seremos nosotros, y no otros, quienes tengamos el mayor influjo sobre nuestros propios destinos y vidas. 

Normalmente, el establecimiento de regímenes totalitarios ha restringido la libertad de los individuos al punto de que éstos ya no son dueños de sus acciones y esfuerzos, siendo estos gobiernos los que decidían cuáles eran las metas de la sociedad y, por lo tanto, cuál era la dirección hacia la que las personas tenían que dirigir sus esfuerzos, en los distintos ámbitos del quehacer humano.

No importaba, entonces, si la ocupación impuesta por el Estado al individuo satisfacía las expectativas de éste o le ayudaba a alcanzar sus propias metas. Lo único que interesaba era si las personas seguían la dirección trazada por los burócratas en el poder, y si cumplían con las tareas que se les había asignado en ese sentido.

La democracia, por otro lado, no es más que un mecanismo creado en el intento de preservar la libertad de los individuos. Si el poder del Estado está dividido en distintos órganos, si los gobernantes no pueden perpetuarse en el poder, y si existen mecanismos para que sean las personas quienes definan cuáles serán los actores políticos que administren los asuntos públicos, mayores dificultades tendrán las mentes totalitarias para disponer a su antojo de la vida y destinos de las personas.

Si los movimientos de indignados pretenden que sean sus Estados quienes les doten de todos los recursos materiales para tener bienestar, están renunciando a la responsabilidad de proveerse ellos mismos de dichos bienes y, peor aun, están clamando por gobiernos con poderes mayores, que sean capaces de decidir quiénes, cómo, cuándo, por qué y dónde cada individuo ha de recibir los dones y dádivas estatales.

Probablemente muchos gobiernos del mundo son más responsables de haber acostumbrado a sus ciudadanos a un bienestar artificialmente construido, que se ha tornado insostenible en los últimos tiempos, y no así de no intervenir en sentido opuesto. Es decir, que la actual crisis es fruto de las intervenciones estatales dentro del orden social, y no así de su falta de acción o planificación.

El problema con las generaciones jóvenes que hoy muestran su desesperanza, es que las expectativas que tenían respecto del futuro, frente a las dificultades del presente, parecen diluirse sin remedio frente a sus ojos. Pero eso es algo con lo que ya tuvieron que lidiar otras generaciones.

No hay comentarios: