"Sacar partido de los sentimientos sin desperdiciar las propias energías en vanos esfuerzos para destruirlos" Pareto
Primero el discurso.
Este es el primer mandamiento de los gobernantes populistas, si bien un buen gobernante debe comprender los sentimientos de su pueblo, sacar partido de ellos es una empresa sumamente peligrosa.
La aventura comienza con el discurso, si se ha gestado en la gente la sensación de que un determinado país, como Estados Unidos, ha boicoteado el bienestar de la sociedad, estrellarnos contra dicho país es lo más lógico y natural.
Si durante décadas se ha dicho que los políticos ganan demasiado mientras el pueblo muere de hambre, una promesa de recortes salariales en las esferas gubernativas es muy apropiada.
Cuando se le hace creer a la gente que un grupículo de empresas extranjeras les arrebata el pan de la boca, decir que ese pan será devuelto al pueblo puede ser muy rentable.
En general, si la democracia parece no haber funcionado, si un determinado modelo económico nos ha defraudado, si determinados sectores de la sociedad sufrieron alguna clase de discriminación, todos los hechos generan sentimientos y basta con tocar las llagas para exacerbarlos, y el discurso eficaz ya está asegurado.
Quien articula un discurso de ésta naturaleza, lo hace en base a medias verdades, generando intolerancia y racismo, y despertando resentimientos.
Luego Hechos.
El problema es que en función de gobierno, el discurso obligatoriamente se debe transformar en hechos, más aún cuando las emociones podrían volcarse en contra de quien no cumple su discurso con acciones.
Pero cuando las palabras se basaron en medias verdades, las acciones siempre se tornan difíciles, peligrosas, y en algunos casos ridículas.
Porque es ridículo acusar a un país de intentar matar al presidente, de interferir en los asuntos del Estado, de chantajear económicamente a una nación, de financiar a los movimientos opositores, de explotarnos inmisericordemente, de tratar de dominarnos con un tratado de libre comercio y, acto seguido, pedirle a ese mismo país que nos extienda la vigencia un acuerdo que nos permite venderle textiles y, a la vez, generar cientos o miles de empleos.
También es ridículo rebajar los sueldos de las autoridades de gobierno pues, si bien a corto plazo es una medida política redituable, a mediano plazo la gente se da cuenta de que el problema no es cuanto ganan, sino cuanto bien logran. Nos importa muy poco que un ministro gane una miseria, si su trabajo es ineficiente, ineficaz, deshonesto, e incompetente. Y al revés, si los beneficios del trabajo de un gobernante son excelentes para una nación, pues que le paguen muy bien porque lo merece.
Lo de devolver el pan que fue arrebatado de las bocas de los bolivianos por un grupículo de empresas extranjeras es una tarea muy difícil. En primer lugar, nos obliga a llamar "nacionalización" a un proceso de renegociación de contratos que, evidentemente mejora la situación del país respecto de las rentas petroleras, pero que es fruto del cumplimiento de una ley de hidrocarburos aprobada por el Presidente Mesa y esa ley a la vez es resultado de un referendo realizado en la gestión del mismo presidente. Es decir, no es una nacionalización, ni una idea del gobierno. Es simplemente cumplir la ley con algunos cambios.
En segundo lugar, recuperado el pan que se le arrebató al pueblo de la boca, el siguiente paso es devolvérselo. Porque a quien tiene hambre no se le va a pedir que espere a que el gobierno ponga en marcha políticas de inversión productiva para generar empleos y, a través de ellos, ganarse el pan. El discurso de la campaña, y el discurso del gobierno, fueron los discursos de las soluciones fáciles. Recuperado el pan, éste debe ir a la gente, por eso se crean bonos, aumentos salariales nunca antes vistos, tractores para la agricultura, y otros regalos que, nos pueden convertir en una sociedad rentista, que se gasta todo lo que gana por su único recurso de exportación, y no crea industria, ni empresa, ni empleos.
Lo del modelo económico fracasado es peligroso, y por eso el gobierno no hizo mas que derogar los artículos del 21060 que flexibilizaban el régimen laboral, pero eso no es suficiente. Para justificar el beneficio logrado de las emociones antineoliberales de la gente no basta con unas cuantas derogaciones, como el neoliberalismo privatizó las empresas estatales, hay que insistir machaconamente con que lo que estamos haciendo es una nacionalización. Además, para rematar el colmo del discursito emocional, tenemos que decir que es el socialismo hacia donde apuntamos.
Las rabias de la discriminación se curan discriminando, ahora es cuando, ahora nos toca a nosotros, no queremos saber nada de k'aras en el gobierno, a duras penas soportamos al vicepresidente.
Finalmente, con las acciones ya emprendidas, nos damos cuenta de que seguir el ejemplo de Chávez es muy buena idea.
La lógica es sencilla, en Venezuela las rentas petroleras son suficientes para crear una red clientelar inmensa, a través del rentismo, pero por qué no, también a través de las inversiones productivas. Pero estas inversiones productivas están orientadas a los sectores afines a Hugo Chávez, la estrategia es eliminar al empresariado opositor y crear una nueva clase empresarial afín y comprometida con el oficialismo.
Como en Bolivia no son suficientes las rentas petroleras, hay que echar mano de otras empresas. ENTEL por ejemplo, puede generar una buena cantidad de recursos para regalar y para invertir en los empresarios leales. Con la ventaja, además, de que los empleos de la empresa sirven como prebenda para la red clientelar en formación.
Para lo de reemplazar el empresariado hostil por uno leal, la ayuda de Venezuela cerrando sus mercados a la soya cruceña, por ejemplo, no es una idea nada despreciable.
Sin embargo la catástrofe llega al fin a quien administra de mala manera los negocios del Estado. La historia lo demostró con Goni y, lo garantizo, la historia lo va a demostrar con Chávez. También lo hará con Evo Morales si sigue el camino de su amigo.
Finalmente catástrofe.
¿Cual catástrofe? Una sociedad que vive de sus recursos petroleros, que no produce nada, que tiene que importar alimentos y papel higiénico, en primer lugar, se acostumbra a los regalos del Estado, en segundo lugar, corre el peligro de que una caída en el mercado del petróleo arruine su bienestar virtual, y en tercer lugar, tarde o temprano el dinero no alcanzará, el petróleo se terminará, y entonces ¿qué harán?
Incrementar los recursos del Estado siempre es buena idea en un país donde la industria es enana, el empresariado débil y alto el desempleo. Pero la buena pregunta es ¿para qué incrementarlos?
Para corregir las deficiencias que no nos permiten vender nada al exterior, o bien por falta de capacidad productiva, o bien por falta de calidad productiva, o por falta de competitividad.
Recuperar empresas estatales para "generar" empleos a partir de las mismas, y utilizar sus recursos sin visión de futuro es algo que cruza las fronteras de la razón y entra en el campo de la estupidez.
Primero el discurso.
Este es el primer mandamiento de los gobernantes populistas, si bien un buen gobernante debe comprender los sentimientos de su pueblo, sacar partido de ellos es una empresa sumamente peligrosa.
La aventura comienza con el discurso, si se ha gestado en la gente la sensación de que un determinado país, como Estados Unidos, ha boicoteado el bienestar de la sociedad, estrellarnos contra dicho país es lo más lógico y natural.
Si durante décadas se ha dicho que los políticos ganan demasiado mientras el pueblo muere de hambre, una promesa de recortes salariales en las esferas gubernativas es muy apropiada.
Cuando se le hace creer a la gente que un grupículo de empresas extranjeras les arrebata el pan de la boca, decir que ese pan será devuelto al pueblo puede ser muy rentable.
En general, si la democracia parece no haber funcionado, si un determinado modelo económico nos ha defraudado, si determinados sectores de la sociedad sufrieron alguna clase de discriminación, todos los hechos generan sentimientos y basta con tocar las llagas para exacerbarlos, y el discurso eficaz ya está asegurado.
Quien articula un discurso de ésta naturaleza, lo hace en base a medias verdades, generando intolerancia y racismo, y despertando resentimientos.
Luego Hechos.
El problema es que en función de gobierno, el discurso obligatoriamente se debe transformar en hechos, más aún cuando las emociones podrían volcarse en contra de quien no cumple su discurso con acciones.
Pero cuando las palabras se basaron en medias verdades, las acciones siempre se tornan difíciles, peligrosas, y en algunos casos ridículas.
Porque es ridículo acusar a un país de intentar matar al presidente, de interferir en los asuntos del Estado, de chantajear económicamente a una nación, de financiar a los movimientos opositores, de explotarnos inmisericordemente, de tratar de dominarnos con un tratado de libre comercio y, acto seguido, pedirle a ese mismo país que nos extienda la vigencia un acuerdo que nos permite venderle textiles y, a la vez, generar cientos o miles de empleos.
También es ridículo rebajar los sueldos de las autoridades de gobierno pues, si bien a corto plazo es una medida política redituable, a mediano plazo la gente se da cuenta de que el problema no es cuanto ganan, sino cuanto bien logran. Nos importa muy poco que un ministro gane una miseria, si su trabajo es ineficiente, ineficaz, deshonesto, e incompetente. Y al revés, si los beneficios del trabajo de un gobernante son excelentes para una nación, pues que le paguen muy bien porque lo merece.
Lo de devolver el pan que fue arrebatado de las bocas de los bolivianos por un grupículo de empresas extranjeras es una tarea muy difícil. En primer lugar, nos obliga a llamar "nacionalización" a un proceso de renegociación de contratos que, evidentemente mejora la situación del país respecto de las rentas petroleras, pero que es fruto del cumplimiento de una ley de hidrocarburos aprobada por el Presidente Mesa y esa ley a la vez es resultado de un referendo realizado en la gestión del mismo presidente. Es decir, no es una nacionalización, ni una idea del gobierno. Es simplemente cumplir la ley con algunos cambios.
En segundo lugar, recuperado el pan que se le arrebató al pueblo de la boca, el siguiente paso es devolvérselo. Porque a quien tiene hambre no se le va a pedir que espere a que el gobierno ponga en marcha políticas de inversión productiva para generar empleos y, a través de ellos, ganarse el pan. El discurso de la campaña, y el discurso del gobierno, fueron los discursos de las soluciones fáciles. Recuperado el pan, éste debe ir a la gente, por eso se crean bonos, aumentos salariales nunca antes vistos, tractores para la agricultura, y otros regalos que, nos pueden convertir en una sociedad rentista, que se gasta todo lo que gana por su único recurso de exportación, y no crea industria, ni empresa, ni empleos.
Lo del modelo económico fracasado es peligroso, y por eso el gobierno no hizo mas que derogar los artículos del 21060 que flexibilizaban el régimen laboral, pero eso no es suficiente. Para justificar el beneficio logrado de las emociones antineoliberales de la gente no basta con unas cuantas derogaciones, como el neoliberalismo privatizó las empresas estatales, hay que insistir machaconamente con que lo que estamos haciendo es una nacionalización. Además, para rematar el colmo del discursito emocional, tenemos que decir que es el socialismo hacia donde apuntamos.
Las rabias de la discriminación se curan discriminando, ahora es cuando, ahora nos toca a nosotros, no queremos saber nada de k'aras en el gobierno, a duras penas soportamos al vicepresidente.
Finalmente, con las acciones ya emprendidas, nos damos cuenta de que seguir el ejemplo de Chávez es muy buena idea.
La lógica es sencilla, en Venezuela las rentas petroleras son suficientes para crear una red clientelar inmensa, a través del rentismo, pero por qué no, también a través de las inversiones productivas. Pero estas inversiones productivas están orientadas a los sectores afines a Hugo Chávez, la estrategia es eliminar al empresariado opositor y crear una nueva clase empresarial afín y comprometida con el oficialismo.
Como en Bolivia no son suficientes las rentas petroleras, hay que echar mano de otras empresas. ENTEL por ejemplo, puede generar una buena cantidad de recursos para regalar y para invertir en los empresarios leales. Con la ventaja, además, de que los empleos de la empresa sirven como prebenda para la red clientelar en formación.
Para lo de reemplazar el empresariado hostil por uno leal, la ayuda de Venezuela cerrando sus mercados a la soya cruceña, por ejemplo, no es una idea nada despreciable.
Sin embargo la catástrofe llega al fin a quien administra de mala manera los negocios del Estado. La historia lo demostró con Goni y, lo garantizo, la historia lo va a demostrar con Chávez. También lo hará con Evo Morales si sigue el camino de su amigo.
Finalmente catástrofe.
¿Cual catástrofe? Una sociedad que vive de sus recursos petroleros, que no produce nada, que tiene que importar alimentos y papel higiénico, en primer lugar, se acostumbra a los regalos del Estado, en segundo lugar, corre el peligro de que una caída en el mercado del petróleo arruine su bienestar virtual, y en tercer lugar, tarde o temprano el dinero no alcanzará, el petróleo se terminará, y entonces ¿qué harán?
Incrementar los recursos del Estado siempre es buena idea en un país donde la industria es enana, el empresariado débil y alto el desempleo. Pero la buena pregunta es ¿para qué incrementarlos?
Para corregir las deficiencias que no nos permiten vender nada al exterior, o bien por falta de capacidad productiva, o bien por falta de calidad productiva, o por falta de competitividad.
Recuperar empresas estatales para "generar" empleos a partir de las mismas, y utilizar sus recursos sin visión de futuro es algo que cruza las fronteras de la razón y entra en el campo de la estupidez.
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