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viernes, 28 de septiembre de 2007

Nuestra cultura política perjudica a Bolivia

No hay que olvidar que todos los partidos políticos, de oficialismo y de oposición, los funcionarios públicos, todos quienes tienen a su cargo alguna responsabilidad estatal, son parte de la sociedad boliviana. Es decir, no han venido extranjeros a gobernarnos (cosa que nos brindaría la oportunidad de echarles la culpa de nuestras miserias) sino que somos nosotros, miembros de la sociedad, quienes formamos grupos políticos y nos hacemos cargo de los asuntos del Estado.

Las conductas perversas que nos han traído a donde estamos, son parte de la cultura política nacional. Dentro del conjunto de creencias y valores de la gente, respecto del poder gubernativo y sus órganos, están latentes el clientelismo, el patrimonialismo, el caudillismo, el victimismo y las malas concepciones de democracia. Estas, junto con otras creencias, forman parte de una cultura política deficiente, sobre cuya base, los ciudadanos bolivianos ejercemos nuestras funciones tanto en la vida pública como en la privada.

Pero vayamos por partes. Es cierto que todo gobierno, incluido el actual, buscó utilizar los bienes del Estado para comprar lealtades y adhesiones, formando redes clientelares que sirvan de sustento a la gestión gubernamental. Esta práctica funcionó en las épocas de la democracia pactada, y está funcionando hoy con el corporativismo. Los políticos utilizan lo que funciona, saben que la gente quiere recibir su parte del “pastel estatal”, mientras mejor repartan, mejor gobierno serán. Y no importa que el aparato productivo, cuyo fortalecimiento constituye la verdadera solución al problema estructural del empleo y la pobreza, termine en el último lugar de la lista de prioridades.

El patrimonialismo es una práctica generalizada. Los políticos, los de ayer y los de hoy, siempre consideraron que los bienes del Estado eran su patrimonio personal. La célebre frase de Max Fernandez: “hasta los ceniceros son míos” ilustra perfectamente cuán convencidos estuvieron de ser dueños de los partidos. En función de gobierno las cosas son iguales, los bienes muebles e inmuebles han estado para el uso y abuso de los ciudadanos en el poder. Como el Estado es de ellos, lo utilizan para dar empleo a sus parientes, a sus amigos, a los de su sindicato, a los que apoyaron o aportaron, sin importar si profesionalmente sirven o no. La gente cree que lo que es público es suyo para utilizar, pero no para cuidar. La propiedad estatal es de todos cuando de usufructo o destrozo se trata, pero no es de nadie cuando se habla de responsabilidad y mantenimiento.

Caudillos queremos ser todos, ADN era de Banzer, el MNR de Goni, el MIR del gallo, UN del cementero, AUN de Manfred, Podemos de tuto y, por supuesto, el MAS es de Evo Morales. Son los jefes imprescindibles, supremos e irreemplazables. Por algo en la AC el oficialismo busca reelección indefinida, porque el patrón, único e inimitable, es Evo. Distinto sería si hubiesen cambiado las cosas, sin caudillismo habrían decenas de líderes de donde escoger para la siguiente elección. ¿La sociedad se libra? Claro que no, cada dirigente de OTB, cada presidente de federación, cada autoridad desea ser un caudillo, un mesías, el único y verdadero dios.

El victimismo nos lo inculcan desde la escuela. Todos nuestros vecinos nos robaron injusta y cruelmente, los “buenos” bolivianos perdimos todas las guerras contra los “perversos” vecinos. Que los chilenos son los principales causantes de nuestro retraso económico, que los norteamericanos imperialistas nos someten y boicotean nuestro progreso, que los europeos nos dejaron la nefasta huella del colonialismo… y dentro de Bolivia son los k’aras racistas que nos oprimen, los empresarios que nos explotan, los latifundistas que nos esclavizan. Siempre buscamos culpables para nuestras desgracias, nunca asumimos la responsabilidad de nuestras vidas y terminamos siendo las pobres victimas de la película.

Finalmente nuestros conceptos erróneos de democracia. La democracia es ¿el poder del pueblo? ¿la libertad? El pueblo es el soberano y, como tal, tiene la libertad de hacer y pedir lo que le plazca. El pueblo tiene que gobernar y puede echar abajo incluso a la misma democracia. El pueblo tiene el poder de destruir instituciones, la libertad de saquear al Estado, la posibilidad de atropellar minorías, el derecho de violar leyes, la prerrogativa de transgredir libertades.

No podemos deshacernos de nosotros mismos y dejarnos en paz… pero Bolivia nunca va a cambiar si no empezamos por casa.

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