Dio la casualidad de que el día en que me entregaban un premio por el concurso de ensayos de “Caminos de la Libertad” fueron encontrados veintiséis ciudadanos mexicanos muertos a tiros por un cártel que, además, habría dejado alguna clase de advertencia a los gobiernos de Jalisco y Sinaloa.
La pregunta de esta columna hasta podría parecer absurda. Estas veintiséis personas asesinadas cruel e inhumanamente fueron víctimas ¿de quién? La respuesta más rápida, directa y común es: de los cárteles (la delincuencia organizada). Bien, ese es el responsable subjetivo de estos asesinatos, pero creo que también existe un responsable objetivo al que no se suele considerar seriamente y viene siendo hora de que lo hagamos.
Me refiero al fracaso de la guerra contra las drogas.
Este fracaso, puesto en evidencia por muchos en los últimos tiempos, no sólo implica la pérdida de millones de dólares invertidos en las diferentes armas que se usan en esta guerra sino, por sobre todo y más importante, la de cientos de miles, sino millones, de personas que pierden la vida en batalla, estén relacionadas o no con ésta lucha.
No es sólo dinero sino personas, vidas humanas, dignidades y libertad, lo que estamos perdiendo en nuestro esfuerzo por combatir al narcotráfico, y es eso lo que nos obliga a considerar, no sólo por audacia sino también por humanidad, la idea de poner la legalización de las drogas como uno de los puntos en debate sobre la mesa.
Si el problema se tratara sólo de incrementar los millones de dólares que se destinan a esta causa con un aceptable grado de certeza de erradicar exitosamente la violencia causada por el narcotráfico en nuestras sociedades, probablemente no habría mayor discusión. Pero ¿existe ese aceptable grado de certeza? Tal parece que no.
Creo que las vidas de las personas, que se pierden como un efecto colateral de esta guerra, que para colmo no promete ni resultado ni fin, tendrían que ser motivo más que suficiente para que nos decidamos abordar este problema de una manera distinta.
Creo, también, que a diferencia de los que son asesinados por las mafias, quienes consumen droga lo hacen libre y voluntariamente, por lo que me preocupan más los primeros que los segundos.
El gran beneficio de la legalización estará orientado precisamente a evitar que se pierdan más vidas de aquellos que no tendrían por qué morir al no estar relacionados con el circuito del narcotráfico.
Y sospecho que los primeros en oponerse a esta idea serán precisamente quienes lucran con los grandes precios que generan el mercado negro y la ilegalidad. Las mafias y sus socios -conocidos y subrepticios- tendrán que olvidarse de los negocios millonarios en un mercado competitivo, regulado y de muy bajos precios.
No es una decisión fácil pero creo que al menos se debe discutir; y dentro de la discusión se tiene que considerar uno de los daños colaterales de esta guerra, que es la pérdida de vidas humanas.
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