Se suele caer en el terrible error de pensar que existe alguna religión, algún partido, alguna ideología, alguna sociedad, en fin, algún grupo social, conformado solamente por personas honestas, intachables, de buen corazón, amantes de la justicia y dechados de virtudes.
Es por esa razón que desde Platón hasta Marx, se ha intentado identificar a dichos grupos. Para el filósofo griego eran los filósofos, los más sabios, los poseedores de toda virtud, y por lo tanto, los indicados y predestinados a gobernar su utópica y totalitaria república. La falaz justificación de Platón se basa en el hecho de que, en teoría, los más sabios, por las características intrínsecas de la sabiduría, gobernarían con justicia, equilibrio e inteligencia.
Para Marx eran los proletarios, al encontrarse en el último lugar del proceso de producción, se constituían en la clase social depositaria de todos los valores positivos, y por lo tanto, los más indicados para gobernar (dictadura mediante) el mundo. La falacia de Marx consiste en afirmar que los más pobres, al encontrarse en el último lugar, no tienen a quien explotar, y por lo tanto, gobernarán erradicando la explotación y la injusticia del planeta.
Dentro de la misma lógica actuaron los nazis. Para ellos, los más aptos para hacerse con el mundo eran los que poseían la superioridad racial otorgada por la naturaleza. La raza aria era la mejor dotada, intelectual, estética y culturalmente, por lo tanto, tendría que dominar el mundo.
El gobierno boliviano cae en el mismo error, pero esta vez son los indígenas, los que encarnan la reserva moral del planeta, los sometidos por quinientos años, los llamados a gobernar Bolivia y hasta el mundo, puesto que coexisten con la naturaleza en dinámicas de reciprocidad y redistribución.
Así, continuamos debatiendo en base al viejo e inútil problema de la teoría del Estado que pregunta ¿quién debe gobernar? Los pobres, el pueblo, los sabios, los más inteligentes, los más bonitos, los más rubiecitos, los más morenitos, los arios, los depreciados, los mejores, etc…
Una primera refutación, de las muchas que se le puede hacer a este problema absurdo, es que cualquiera de estas personas, por el hecho de convertirse en gobernante, de ser investido con el poder de uno o más Estados, deja de ser el mismo y pasa a formar parte de una oligarquía, que no es otra cosa que el grupo minoritario que ejerce el poder por encima de la mayoría. Y no importa qué tan participativo sea el régimen, siempre hay un grupo pequeño que puede y tiene que detentar el poder para poner en marcha la organización de un Estado. Por lo tanto, los que gobiernan son oligarcas, sin importar su situación precedente.
La segunda refutación (y la más importante) viene de la mano de la filosofía liberal, ha sido extensa y magistralmente analizada por Karl Popper, y plantea que, en primera instancia, todos los seres humanos (sin importar nuestro origen o situación) somos falibles, poseemos la misma capacidad de cometer errores o crímenes, por lo tanto en todos los grupos sociales pueden existir tontos, maleantes, tramposos, perversos, mentirosos y similares. Consecuentemente nadie puede afirmar que descubrió el grupo, o la clase, o la raza perfecta, y siempre existe la posibilidad de que nos gobiernen los peores.
Por esa razón Popper, por un lado, defiende la democracia como sistema de gobierno imperfecto, pero capaz de brindarnos la posibilidad de deshacernos de los malos gobernantes con el menor daño posible. Y por otro lado plantea un nuevo problema para la teoría del Estado ¿Cómo hacer que las instituciones sean tan sólidas que, aun gobernando los peores, la sociedad no se vea seriamente perjudicada? Ahí la importancia de la institucionalidad, del buen funcionamiento de los mecanismos que protegen a los ciudadanos y a sus libertades.
Por eso la importancia de instituciones como el Tribunal Constitucional, Corte Nacional, Congreso, y otros. Todos deberían funcionar en base a sus normas y respetando las independencias, frenos y contrapesos mutuos. El gobierno ha hecho lo posible por maltratar las instituciones de las que sus militantes no forman parte. ¿Usted cree en los grupos sociales de angelitos? Yo no, yo prefiero confiar en las instituciones.
Es por esa razón que desde Platón hasta Marx, se ha intentado identificar a dichos grupos. Para el filósofo griego eran los filósofos, los más sabios, los poseedores de toda virtud, y por lo tanto, los indicados y predestinados a gobernar su utópica y totalitaria república. La falaz justificación de Platón se basa en el hecho de que, en teoría, los más sabios, por las características intrínsecas de la sabiduría, gobernarían con justicia, equilibrio e inteligencia.
Para Marx eran los proletarios, al encontrarse en el último lugar del proceso de producción, se constituían en la clase social depositaria de todos los valores positivos, y por lo tanto, los más indicados para gobernar (dictadura mediante) el mundo. La falacia de Marx consiste en afirmar que los más pobres, al encontrarse en el último lugar, no tienen a quien explotar, y por lo tanto, gobernarán erradicando la explotación y la injusticia del planeta.
Dentro de la misma lógica actuaron los nazis. Para ellos, los más aptos para hacerse con el mundo eran los que poseían la superioridad racial otorgada por la naturaleza. La raza aria era la mejor dotada, intelectual, estética y culturalmente, por lo tanto, tendría que dominar el mundo.
El gobierno boliviano cae en el mismo error, pero esta vez son los indígenas, los que encarnan la reserva moral del planeta, los sometidos por quinientos años, los llamados a gobernar Bolivia y hasta el mundo, puesto que coexisten con la naturaleza en dinámicas de reciprocidad y redistribución.
Así, continuamos debatiendo en base al viejo e inútil problema de la teoría del Estado que pregunta ¿quién debe gobernar? Los pobres, el pueblo, los sabios, los más inteligentes, los más bonitos, los más rubiecitos, los más morenitos, los arios, los depreciados, los mejores, etc…
Una primera refutación, de las muchas que se le puede hacer a este problema absurdo, es que cualquiera de estas personas, por el hecho de convertirse en gobernante, de ser investido con el poder de uno o más Estados, deja de ser el mismo y pasa a formar parte de una oligarquía, que no es otra cosa que el grupo minoritario que ejerce el poder por encima de la mayoría. Y no importa qué tan participativo sea el régimen, siempre hay un grupo pequeño que puede y tiene que detentar el poder para poner en marcha la organización de un Estado. Por lo tanto, los que gobiernan son oligarcas, sin importar su situación precedente.
La segunda refutación (y la más importante) viene de la mano de la filosofía liberal, ha sido extensa y magistralmente analizada por Karl Popper, y plantea que, en primera instancia, todos los seres humanos (sin importar nuestro origen o situación) somos falibles, poseemos la misma capacidad de cometer errores o crímenes, por lo tanto en todos los grupos sociales pueden existir tontos, maleantes, tramposos, perversos, mentirosos y similares. Consecuentemente nadie puede afirmar que descubrió el grupo, o la clase, o la raza perfecta, y siempre existe la posibilidad de que nos gobiernen los peores.
Por esa razón Popper, por un lado, defiende la democracia como sistema de gobierno imperfecto, pero capaz de brindarnos la posibilidad de deshacernos de los malos gobernantes con el menor daño posible. Y por otro lado plantea un nuevo problema para la teoría del Estado ¿Cómo hacer que las instituciones sean tan sólidas que, aun gobernando los peores, la sociedad no se vea seriamente perjudicada? Ahí la importancia de la institucionalidad, del buen funcionamiento de los mecanismos que protegen a los ciudadanos y a sus libertades.
Por eso la importancia de instituciones como el Tribunal Constitucional, Corte Nacional, Congreso, y otros. Todos deberían funcionar en base a sus normas y respetando las independencias, frenos y contrapesos mutuos. El gobierno ha hecho lo posible por maltratar las instituciones de las que sus militantes no forman parte. ¿Usted cree en los grupos sociales de angelitos? Yo no, yo prefiero confiar en las instituciones.
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