Después de mucha sangre y sacrificio, los regímenes militares son solo un mal recuerdo, pero nunca logramos consolidar la democracia. Esa es la razón por la que muchos creen que no es muy diferente a la dictadura.
Sin embargo, no podemos permitir que las frustraciones causadas por el mal ejercicio de la democracia nos hagan perder el horizonte, nos sumerjan en los pantanos de la desesperanza, y nos tienten a reeditar nuestro trágico pasado.
Cuando cualquier tipo de movimiento popular, ciudadano, indigenista o lo que sea que se llame, pretende imponer sus criterios al resto de una sociedad, ya no estamos hablando de democracia sino de dictadura. Es a lo que Karl Popper llama colectivo egoísta, cuando hace la aclaración de que individualismo no implica egoísmo, y que pueden existir individualismos solidarios y colectivismos egoístas.
Pero igualmente, con la democracia hemos ganado mucho. Siempre existirá la posibilidad de que las personas nos equivoquemos y elijamos a los astutos y corruptos para gobernarnos, pero a esos bellacos los habremos puesto nosotros, no nos los habrá impuesto nadie por la fuerza de las armas. Después estará la posibilidad que siempre tendremos de echarlos del gobierno a través de una nueva elección o de un referendo revocatorio. Sin derramamientos de sangre, sin desaparecidos, sin exiliados, sin campos de concentración.
Ninguna dictadura le ha otorgado a ningún ciudadano dignidad, empleo y riqueza. Ejemplos los ha habido y los hay por todo el globo.
Gracias a la democracia hoy puedo escribir acerca de lo que hemos ganado con ella, una semana después de que alguien escribió que no habríamos ganado nada. Y ni esa persona, ni yo, vamos a ser perseguidos, amenazados o desaparecidos.
La democracia liberal permite las diferencias, el debate de ideas, las asociaciones de toda índole. Nos exige tolerancia y respeto a los derechos de los demás.
Adjunto la palabra "liberal" porque también existen las pseudodemocracias. Aquellas de tipo asambleísta, en las que el ciudadano debe votar bajo el ojo vigilante de su vecino, arriesgándose a represalias de la mayoría si decide disentir. Esas, evidentemente no son democracias.
En la democracia liberal son las personas, y no el Estado, las que se responsabilizan por sus acciones. Cada individuo decide si creer o no en Dios, si preferir o no uno u otro medio de comunicación, si leer o no un libro sobre marxismo, liberalismo, nazismo o capitalismo. Si leer o despreciar la columna de Lizandro Coca Olmos.
Porque la democracia liberal implica libertad de decisión en todos los ámbitos de nuestra existencia, y siempre y cuando no atentemos contra la libertad de otros. Dentro del sistema democrático existen más posibilidades de juzgar a los gobernantes que nos defraudaron y a los dictadores de ayer. Tenemos más posibilidades de participar en las acciones de gobierno, ya sea a través de las justas electorales, o a través de mecanismos de democracia participativa. Y sin importar si somos blancos, negros, indios, mestizos, cambas, collas, chapacos, de izquierda o de derecha.
Pero la democracia no es simple y llanamente un conjunto de procedimientos e instituciones. Para consolidarla debemos estar convencidos de que democracia es, sobre todo, personas haciéndola funcionar. Ciudadanos y gobernantes, no solo hablando de ella, sino practicándola, en sus hogares, en sus trabajos, en sus asociaciones, en la nación toda.
No se debe confundir a la democracia con los políticos. Las personas están a cargo de las instituciones, y son responsables de su buen o mal funcionamiento, no al revés. Ese es un error común que nos puede llevar al retroceso y, en consecuencia, otra vez a las tiranías.
La democracia es la gente ejerciendo su ciudadanía a través del respeto y ejercicio de libertades, y mediante el cumplimiento de las leyes. No es un conductor quejándose de sus corruptos gobernantes mientras se pasa una luz roja, ni un universitario luchando contra la mediocridad docente mientras hace trampa en los exámenes, ni un transeúnte despotricando contra el alcalde mientras tira su basura en las calles.
La democracia, o la vivimos o fracasa. Es un motor que requiere de sentimientos nobles y de gentes honorables para funcionar correctamente. De otra forma se convierte en lo que tenemos nosotros, una simple y vulgar fachada que no marcha ni a media máquina. La democracia es acción, no palabra.
Sin embargo, no podemos permitir que las frustraciones causadas por el mal ejercicio de la democracia nos hagan perder el horizonte, nos sumerjan en los pantanos de la desesperanza, y nos tienten a reeditar nuestro trágico pasado.
Cuando cualquier tipo de movimiento popular, ciudadano, indigenista o lo que sea que se llame, pretende imponer sus criterios al resto de una sociedad, ya no estamos hablando de democracia sino de dictadura. Es a lo que Karl Popper llama colectivo egoísta, cuando hace la aclaración de que individualismo no implica egoísmo, y que pueden existir individualismos solidarios y colectivismos egoístas.
Pero igualmente, con la democracia hemos ganado mucho. Siempre existirá la posibilidad de que las personas nos equivoquemos y elijamos a los astutos y corruptos para gobernarnos, pero a esos bellacos los habremos puesto nosotros, no nos los habrá impuesto nadie por la fuerza de las armas. Después estará la posibilidad que siempre tendremos de echarlos del gobierno a través de una nueva elección o de un referendo revocatorio. Sin derramamientos de sangre, sin desaparecidos, sin exiliados, sin campos de concentración.
Ninguna dictadura le ha otorgado a ningún ciudadano dignidad, empleo y riqueza. Ejemplos los ha habido y los hay por todo el globo.
Gracias a la democracia hoy puedo escribir acerca de lo que hemos ganado con ella, una semana después de que alguien escribió que no habríamos ganado nada. Y ni esa persona, ni yo, vamos a ser perseguidos, amenazados o desaparecidos.
La democracia liberal permite las diferencias, el debate de ideas, las asociaciones de toda índole. Nos exige tolerancia y respeto a los derechos de los demás.
Adjunto la palabra "liberal" porque también existen las pseudodemocracias. Aquellas de tipo asambleísta, en las que el ciudadano debe votar bajo el ojo vigilante de su vecino, arriesgándose a represalias de la mayoría si decide disentir. Esas, evidentemente no son democracias.
En la democracia liberal son las personas, y no el Estado, las que se responsabilizan por sus acciones. Cada individuo decide si creer o no en Dios, si preferir o no uno u otro medio de comunicación, si leer o no un libro sobre marxismo, liberalismo, nazismo o capitalismo. Si leer o despreciar la columna de Lizandro Coca Olmos.
Porque la democracia liberal implica libertad de decisión en todos los ámbitos de nuestra existencia, y siempre y cuando no atentemos contra la libertad de otros. Dentro del sistema democrático existen más posibilidades de juzgar a los gobernantes que nos defraudaron y a los dictadores de ayer. Tenemos más posibilidades de participar en las acciones de gobierno, ya sea a través de las justas electorales, o a través de mecanismos de democracia participativa. Y sin importar si somos blancos, negros, indios, mestizos, cambas, collas, chapacos, de izquierda o de derecha.
Pero la democracia no es simple y llanamente un conjunto de procedimientos e instituciones. Para consolidarla debemos estar convencidos de que democracia es, sobre todo, personas haciéndola funcionar. Ciudadanos y gobernantes, no solo hablando de ella, sino practicándola, en sus hogares, en sus trabajos, en sus asociaciones, en la nación toda.
No se debe confundir a la democracia con los políticos. Las personas están a cargo de las instituciones, y son responsables de su buen o mal funcionamiento, no al revés. Ese es un error común que nos puede llevar al retroceso y, en consecuencia, otra vez a las tiranías.
La democracia es la gente ejerciendo su ciudadanía a través del respeto y ejercicio de libertades, y mediante el cumplimiento de las leyes. No es un conductor quejándose de sus corruptos gobernantes mientras se pasa una luz roja, ni un universitario luchando contra la mediocridad docente mientras hace trampa en los exámenes, ni un transeúnte despotricando contra el alcalde mientras tira su basura en las calles.
La democracia, o la vivimos o fracasa. Es un motor que requiere de sentimientos nobles y de gentes honorables para funcionar correctamente. De otra forma se convierte en lo que tenemos nosotros, una simple y vulgar fachada que no marcha ni a media máquina. La democracia es acción, no palabra.
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