Aún en una situación en que existieran algunos medios de comunicación que expresen la posición de grupos particulares -como es el caso de los medios estatales que evidentemente son portaestandartes de la voz del oficialismo- no habría razón suficiente para restringir la libre expresión.
El Presidente ha dicho alguna vez que existirían “periodistas sucios”. Él debe saber muy bien eso, pues es bien conocido que cuando era dirigente en el Chapare organizaba reuniones con muchos periodistas, a los que trataba muy bien, y quienes se encargaron de que el hoy Presidente de Bolivia reciba más cámara y micrófono del que probablemente hubiera tenido en condiciones normales. Muchos de esos periodistas han ocupado y ocupan posiciones en su Gobierno.
De todos modos, a pesar de que está demostrado que la libre expresión no necesariamente garantiza neutralidad, la necesitamos para preservar la libertad. Libertad para ser neutrales, o para defender posiciones y criterios que creemos positivos, mejores o convenientes.
Pero utilicemos las palabras del Presidente, y califiquemos de “sucio” al periodismo que miente y manipula la verdad, para abordar el siguiente razonamiento:
Ciertamente que nadie quiere recibir “suciedad” en lugar de información, ni “suciedad” en lugar de razonamiento y argumentos válidos. Nosotros, como seres humanos amantes de la honestidad, y como buenos ciudadanos, quisiéramos que nuestros compatriotas reciban solamente verdad, y protegerles de toda “suciedad”.
Pero ¿cómo saber si lo que nosotros consideramos verdad no es en realidad “suciedad”?. Aún si yo estuviese convencido de que tengo en mis manos las verdades más profundas de la historia y la humanidad ¿sería, por ello, legítimo que se me permitiera eliminar todo tipo de opinión diferente, con el fin de preservarla, y de conseguir que la gente solamente reciba verdad?, ¿y qué sucedería si después de muchos años de difundir verdad, descubrimos todos que aquello que creíamos cierto, no era más que la completa y la más grande “suciedad”?, ¿Qué haríamos con todas las ideas y opiniones, todas las voces silenciadas, que potencialmente podrían haber sido las verdaderas verdades?
Tratar de determinar qué es “suciedad” y qué verdad es creer que somos Dios y jugar a serlo. Por mi absurdamente dogmático convencimiento de que lo que tengo en mi cabeza es la verdad, puedo condenar a toda una sociedad a vivir de la “suciedad” durante muchos años. ¿Acaso los seres humanos no tenemos similares capacidades para distinguir la verdad de la “suciedad”?, ¿quiénes nos creemos que somos para decidir, por toda y para toda una colectividad, lo que debe conocer y lo que no?
La verdad no necesita de censores para prevalecer, se vale por sí misma para ello y siempre ha sido así. En realidad, todos los regímenes de la historia que han diseñado mecanismos para garantizar la preeminencia de su verdad, lo único que han conseguido ha sido llenar de “suciedad” las mentes de las personas.
Dejemos libre el derecho de la gente a expresarse libremente, y permitamos al periodismo trabajar con seguridad y tranquilidad, sin que unas leyes lo intimiden y le obliguen a autocensurarse, y veremos que en muy poco tiempo, menos del que esperamos, descubriremos cuál es el periodismo “sucio”.
Pero si nos quedamos sin opciones, si el único mensaje que recibimos es el oficial, podríamos estar condenándonos a vivir con la “suciedad” ocupando el lugar de la verdad.