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lunes, 6 de septiembre de 2010

La democracia no es esencial

Así dicho, pareciera la afirmación de un partidario de algún tipo de sistema totalitario. Sin embargo, la sentencia que pongo hoy como título de esta columna, tiene una explicación.

Solemos olvidar el espíritu por el que fue inventada la democracia, y por el que fue evolucionando y perfeccionándose, para pasar de ese sistema rústico puesto en práctica por los griegos, tan simple como el origen etimológico de la palabra (demos=muchos, cratos=gobierno) “gobierno de muchos”; hasta el sistema complejo que hoy conocemos, con Constituciones, derechos de los individuos, división y equilibrio de poderes, voto secreto, universal y directo, y garantías para las libertades.

Ese espíritu era ni más ni menos que garantizar que las tiranías, derrotadas y desterradas, no volvieran a presentarse ante las personas para volver a robarles su libertad y su individualidad.

Comprendiendo el espíritu de la democracia, se puede concluir que este sistema de gobierno no es más que una herramienta, un medio para preservar el supremo fin de la libertad.

Los demócratas a ultranza, sin embargo, piensan en el sistema democrático como un fin. ¿Cuál fin? Que las decisiones dentro de un orden social sean tomadas de manera mayoritaria. Esta visión conlleva el peligro de que se reemplace la tiranía de uno o de unos pocos, por la tiranía de muchos o de la mayoría, y deje por los suelos el espíritu de la democracia.

Para un demócrata doctrinario, por ejemplo, podría ser lícito que si la mayoría decidiese suprimir los derechos de uno o más individuos, se tome esa decisión por legítima y se ejecute sin mayores consideraciones.

Sin embargo, deberíamos convenir en que los derechos individuales y, sobre todo, la libertad, no deben someterse jamás a votación. Ningún individuo tiene el derecho, por sí solo, de suprimir la libertad (que es esclavitud), de quitar la vida (que es asesinato) o de arrebatar la propiedad (que es robo), por lo que lógicamente tampoco tendría por que otorgar ese derecho a otros, por más mayoritaria que pudiera ser la exigencia de hacerlo.

El sistema democrático de gobierno sustenta su legitimidad en el hecho de ser el mejor conocido para la preservación de la vida, la libertad y la propiedad de las personas. Al dejar de preservar dichos derechos, pierde esa legitimidad, y la sociedad afectada puede perfectamente descartarlo e instalar otro sistema que respete esos principios fundamentales.

Isaiah Berlin, decía que “…el autogobierno puede proveer de una mejor garantía para la preservación de las libertades civiles. […] Pero no existe ninguna conexión necesaria entre la libertad individual y la regla democrática.”

Si un gobierno monárquico, que concentrara todos los poderes en manos de una nobleza, concediera, sin embargo, mayores libertades a sus súbditos que, por ejemplo, el gobierno democrático de Venezuela ¿no sería legítimo preferir tal monarquía a una democracia opresora de las libertades y los derechos?

¿Cuál el sentido de una democracia si no sirve a la protección de la libertad y los derechos fundamentales de los individuos?

Podemos concluir, entonces, que lo esencial para los seres humanos es el respeto de sus vidas, de su libertad, y del fruto de su trabajo y esfuerzo, que es su propiedad: ¿La democracia? La democracia no es esencial, y puede ser descartada si se transforma en una tiranía, así cuente con el respaldo popular.

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